Cada día me resulta más evidente algo que, desde la lógica no parece descabellado, pero que sin embargo levanta muchas ampollas. ¿Hasta qué punto podemos influir en nuestra salud física a través de nuestro bienestar emocional, psicológico? Ya hace mucho de la dualidad cartesiana -¡ni más ni menos que cuatrocientos años!- y sin embargo, seguimos dándole vueltas a la eterna e ilusoria división entre mente y cuerpo. Lo hacemos, eso sí, de una forma más sofisticada que practicando vivisecciones y justificando que los animales no sienten dolor porque no tienen alma.
No quiero pasarme el resto de este post dando ejemplos de cómo la mente influye en el cuerpo, el cuerpo en la mente, o de cómo son uno sólo, sin embargo, sí me gustaría compartir con los lectores unas líneas de un libro que estoy leyendo acerca de las reacciones individuales como factores de protección o contribución al desencadenamiento y progreso del cáncer.
La premisa inicial que se plantea es que la enfermedad no es sólo un problema físico, sino más bien un problema de toda la persona, y por tanto con implicaciones no sólo fisiológicas. Los estados emocionales, las presunciones básicas y el estilo de afrontamiento juegan un papel determinante, tanto en la susceptibilidad a la enfermedad como en la recuperación de la misma. Con cautela, pero sin perder de vista un hecho estadístico –y por tanto no universal-, en la historia de pacientes que desarrollan un cáncer, se encuentran situaciones altamente estresantes y desafiantes para la persona alrededor de seis a dieciocho meses previos a la presentación de la enfermedad. La reacción emocional de profunda desesperanza “dispara” a su vez un conjunto de respuestas fisiológicas que suprimen, y deprimen, las defensas naturales del cuerpo y hacen más susceptible la producción de células anormales.
Son muchas las evidencias a este respecto, científicas la mayoría de ellas, con mediciones exhaustivas y rigor experimental; aunque para todos es un hecho haber sufrido las “bondades” de un resfriado tras una época de estrés mantenido.
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