Había una vez, una tortuga que estaba cansada de ser
tortuga. Odiaba su paso lento y su gran caparazón que la recubría. Fue a ver a
un conejo mago para que le solucionara el tema. Entonces, deseó no tener más el
caparazón creyendo que así iría más rápido.
El deseo se le cumplió, pero caminaba igual de lento. En
eso vio qué rápido andaba un ciempiés, deseó serlo y se convirtió en uno. ¡Pero
qué diminuta que era!
Quiso cambiar enseguida, pensó en volar pero sin tener
que llevar esas pumas feas de los pájaros y se convirtió en un murciélago.
“¡Pero qué pedí! -pensó abrumada la tortuga-, todo el mundo me tiene miedo;
¡quiero esconderme, quiero ser otro animal!”.
La pobre tortuga ahora era una fea rata escondiéndose de todos.
Entonces pensó: “Quiero ser admirada por todos! ¡Quiero
ser fuerte y dominante!” Al instante se transformó en una leona. Ahora se
sentía orgullosa de lo que era pero…veía que todos le temían y se alejaban de
ella. El sentimiento de soledad se apoderó de ella y pidió cambiar por el animal
que sea mientras no fuese rechazada.
La suerte esta
vez la transformó en una perrita, y miembro de una familia. Duró unos días
antes de que renegara de nuevo por lo que era. Directamente quería ser
admirada, libre, no temida, fuerte, rápida y lo mejor era volar. Esta vez era
un águila que volaba libre por los cielos. ¡Qué felicidad! Creía que al fin se
sentía bien consigo misma.
Pero ocurrió lo de siempre. Deseó vivir en el agua,
pero, esta vez sólo se convirtió en la tortuga que era. “Corriendo” fue a ver
al conejo mago de nuevo, pero éste no estaba, sólo le había dejado una carta
que decía: “conténtate con lo que eres, acéptalo y serás feliz.”
Esta vez la tortuga se puso a pensar todo lo que tenía
de bueno ser tortuga.
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