Había una vez un hombre devoto que dedicaba su tiempo a la oración y
meditación. Su objetivo eran las cosas del alma y la búsqueda de la
verdad.
Sucedió
que se mudó a vivir justo frente de su casa una prostituta que todo el
tiempo recibía todo tipo de hombres. El hombre devoto se sentía enojado e
indignado y le decía a Dios cómo podía enviarle algo así, pues esto le
hacía perder su concentración y era motivo de desviarse en sus
plegarias; “una mujer así no merecía ningún tipo de favores”.
Pasó
el tiempo y el hombre devoto cada vez sentía más desagrado por aquella
mujer. Por el contrario la prostituta se sentía muy honrada y afortunada
de que frente a su casa viviera un hombre de condición espiritual, de
modo que siempre le agradecía a Dios esa oportunidad de estar cerca de
personas de dignidad. Ya que ella se veía obligada por las
circunstancias a llevar ese tipo de vida.
Entonces ocurrió que los dos murieron a la vez, pues se produjo un enorme desastre natural y así los dos se vieron frente a la corte celestial.
Allí se les dijo: “cada cual somos lo que cosechamos”. Así el hombre devoto fue condenado por no haber vivido su vida con satisfacción y agradecimiento y además haber tenido sentimientos negativos hacia otros. Y la prostituta fue salvada, pues ella había vivido su vida con gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia los demás.


Entonces ocurrió que los dos murieron a la vez, pues se produjo un enorme desastre natural y así los dos se vieron frente a la corte celestial.
Allí se les dijo: “cada cual somos lo que cosechamos”. Así el hombre devoto fue condenado por no haber vivido su vida con satisfacción y agradecimiento y además haber tenido sentimientos negativos hacia otros. Y la prostituta fue salvada, pues ella había vivido su vida con gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia los demás.
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