CREDO
CIENTÍFICO, HOMEOPATÍA Y UNIVERSIDAD
Chaime Marcuello Servós. Profesor de la
Universidad de Zaragoza.
Artículo publicado en Heraldo de Aragón
el día 11 de Julio.
En un discurso pronunciado en 1918, en la
Sociedad Física de Berlín, decía Albert Einstein que “en el templo de la ciencia hay muchos tabernáculos y muy distintos
entre sí son”. Se puede seguir leyendo su argumento sobre como “el hombre intenta crear para sí mismo, del
modo que más le convenga, una imagen del mundo simplificada e inteligible”
y ver la posición que asigna a la imagen que elaboran los físicos teóricos.
Para él, obviamente, “esa imagen exige el
nivel más alto posible de precisión y rigor en la descripción de las
relaciones, un rigor que sólo el lenguaje matemático puede brindar”.
No se trata aquí de seguir desmenuzando
aquellas palabras de hace casi un siglo, pero sí cabe retomar dos de las ideas
planteadas. La primera, aunque Einstein quisiera verlo, no existe ese templo
como una construcción bien diseñada, equilibrada y completa. No hay una
“Ciencia”, no existe como una totalidad omniabarcante y abarcable, menos en
nuestro tiempo. Lo que encontramos son distintos ámbitos donde se va
construyendo, entre unos y otros, —esto es, intersubjetivamente— aproximaciones
que intentan explicar trozos del mundo en el que vivimos. Lo que en todo caso
existe es un conjunto de saberes que se dicen a sí mismos científicos: una
ciencia a modo de “patchwork”, de mosaico de telas malcosidas entre sí,
caracterizada por la hiperespecialización y la falta de unidad.
La segunda, aunque Einstein no lo dice de
este modo, el quehacer científico es una construcción social donde hay una
jerarquía implícita, una supuesta primacía de saberes instituidos y un sistema
de poder sostenido en un credo dominante. Responde a pautas de dominación y de
intereses que no sólo corresponden con la calidad del conocimiento producido.
Hoy se da una inercia a-crítica que, bajo capa de alternativa racional, expulsa
la pieza clave del sistema: la curiosidad y la sospecha.
Si se mira de cerca cómo funcionan los
“tabernáculos” de las ciencias, la pregunta, la duda y el escepticismo sólo se
puede predicar de lo que no forma parte del credo científico ortodoxo. La
curiosidad por otras formas de conocimiento se tilda de estúpida, de irracional
o de lo peor, de pseudociencia. Uno de los grandes referentes en el uso y
extensión de este calificativo es Mario Bunge. Posiblemente una de la más
destacadas figuras de la filosofía de la ciencia, con una larga vida y
amplísima literatura. Impresionante, sí, pero con unas cuantas obsesiones que
es incapaz de cuestionar con la misma exactitud con la que él descalifica lo
que no encaja en su perspectiva particular del mundo.
Su credo personal da por supuesto que
existe “el método científico” y no soporta el constructivismo que su colega
Rolando García tan acertadamente desarrolló. Su realismo materialista cae en el
“espejismo de la ciencia” que Ruperto Sheldrake desnuda en su último libro.
Bunge ha conseguido una serie de acólitos que se encargan de cargar contra
otras formas de conocimiento y contra cualquier fe que no sea la suya. Éstos lo
hacen para salvarnos a los demás de la superchería y de la incultura.
La homeopatía, la astrología, la
acupuntura o cualquier otra forma de conocimiento heterodoxa y no soportada por
su materialismo realista les resultan abominaciones que han de extirparse y
erradicarse de la senda de la verdad, por supuesto, la suya. Cualquier
universidad o institución académica seria que se le ocurra salirse de esos
cánones inmediatamente debe pasar por el tribunal de su inquisición.
Psicoanálisis, hermeneútica, superstición, religión, magia, etc, etc caen en el
mismo saco. Los títulos oficiales en cualquier pseudociencia son una
aberración. ¿Ha de ser así? ¿Tienen razón estos profetas?
Creo que no, al contrario, su forma de
ver el mundo etnocéntrica, dogmática y poco dada a la auto-crítica no puede ser
la piedra angular sobre la que vertebrar nuestra universidad. En esta batalla
contra los pseudocientíficos infiltrados en la universidad de Zaragoza, quizá
debamos introducir algo más de rigor, humor y curiosidad.
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