El
término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse
a períodos de dolor emocional y traumas.
Una
vida plena y satisfactoria no depende de la ausencia de experiencias dolorosas
y adversas, sino de cómo respondemos ante este tipo de situaciones y logramos
crecer a través de ellas, de cómo aprendemos a ser mejores a través de nuestros
peores momentos.
Saber
crecer, es ante todo, ejercer nuestra capacidad de reconstruir el sentido de la
vida como respuesta a las tormentas más destructivas que hayamos vivido.
Como
seres humanos, toda experiencia vivida nos afecta. Sin embargo, si tenemos la
capacidad de doblegarnos, y una vez doblados, volvemos a enderezarnos, estamos
siendo resilientes, concepto que en la física se refiere a la capacidad de un
material para recuperar su forma inicial después de soportar una presión que lo
deforma.
Las
crisis pueden ser necesarias, a veces indispensables para que una vida llegue a
la plenitud, pueden incluso convertirse en los sucesos más importantes y
significativos para nuestra propia motivación. Las tempestades que libramos en
el cuerpo y en el alma son las oportunidades para el despertar de nuestro
espíritu.
Desde
la década de los años 70, la Psicología Positiva, aporta el reconocer que la
resiliencia depende, en buena parte, de ciertas características de personalidad
que cualquiera de nosotros puede desarrollar. El pensamiento positivo, que a
veces lo consideramos como el quehacer de los “ilusos”, es en gran parte la
clave de este nuevo enfoque. Después de todo, es nuestro pensamiento el que nos
puede ahogar en el vaso de agua o ayudarnos a redescubrir la alegría de vivir y
amar a pesar de las tormentas.
Nuestra
forma de pensar sigue estando sujeta a nuestra determinación por ser los amos
de nuestro pensamiento y no sus esclavos. William James, desde el siglo XIX,
afirmaba “Cambia tu pensamiento y cambiarás tu vida”.
Características formativas de la Resiliencia:
Los
factores más importantes que deben estar presentes para que exista la fortaleza
que nos haga capaces de resistir los embates son: coherencia, resistencia al
estrés y su manejo, control interno, fluir y esperanza. Cada uno de ellos se
manifiesta en nuestra conducta a través de las características que aquí vamos a
mencionar. Las características que nos hacen resilientes y que nos debemos de
esforzar por cultivar y ejercer son:
SABER COMUNICARNOS:
Expresar lo que sentimos a través de:
Llanto
– “si ha valido la pena amar algo, valdrá la pena llorarlo”
Hacer
silencio – ahí nos encontramos con Dios en quien confiamos
Asertividad
– Comunicar cómo nos sentimos, qué pensamos y queremos
Expresar
el dolor – con sencillez, en forma directa, abiertamente, con vulnerabilidad,
sin miedo, con honestidad, sin machacar
AUTOESTIMA:
Significa Valorarse a uno mismo, Respetarse, Confiar en uno mismo y aceptarse.
El amor por nosotros mismos constituye el punto de partida para cualquier
cambio que deseemos realizar. Nuestra autoestima nunca dependerá de lo que nos
haya sucedido o lo que otras personas hagan o digan, sino de que nosotros
cultivemos estos ingredientes necesarios para sentirnos bien con nosotros
mismos. Somos más resilientes cuando nos sentimos dignos de ser amados, tenemos
la habilidad para aceptar los apoyos que se nos brindan, así cuando somos
capaces de establecer y respetar límites, y de manera especial, nos apoyamos en
los valores espirituales que fortalecemos a través de nuestra práctica
religiosa.
AUTONOMÍA:
La libertad nos da la opción de tomar postura ante lo que nos ocurre,
enfrentarnos a nosotros mismos y a la vez distanciarnos para tomar perspectiva.
La libertad se vive con imaginación (nos permite ser creativos para ver más
allá de nuestra realidad actual), conciencia ética (desde nuestra interioridad
nos hace capaces de percibir lo que es correcto o incorrecto) y voluntad de
sentido (encontrar un para qué a todo lo que nos ocurre).
REPONSABILIDAD:
Es la capacidad de compromiso para guiar nuestras acciones a través de los
principios y valores universales que favorecen y sostienen la vida y hacen
posible la convivencia de los seres humanos, entre sí y con su entorno. La
persona responsable no alega que su conducta es consecuencia de los condicionamientos
o las circunstancias, reconocen que su comportamiento es producto de su propia
elección.
INTELIGENCIA:
Ser inteligentes significa ser conscientes del impacto que nuestro pensamiento
tiene, cuestionar nuestras creencias, polarizar nuestras imágenes y palabras
para así motivarnos en otra dirección. Si cambiamos nuestra respuesta mental a
la adversidad, aprendemos a manejarla de mejor manera.
Cuando
algo desagradable o doloroso nos sucede, por nuestra preocupación tendemos a
añadir más leña al fuego y así construir una realidad del evento y unas
consecuencias mucho más trágicas de lo que en realidad han sido o pueden ser.
Esto nos crea sufrimiento innecesario y con facilidad nos lleva a asumir el
papel de víctimas. Caer en esa situación y permanecer en ella debilita nuestras
posibilidades de sobreponernos y crecer, ya que se genera en nosotros un
sentimiento de indefensión que nos paraliza y nos impide actuar para efectuar
los cambios necesarios y salir adelante.
SENTIDO DEL HUMOR:
La mayoría de las personas solemos pensar que poseemos esta característica, sin
embargo, cuando aquello que en otros nos provoca risa nos sucede a nosotros el
humor suele desvanecerse por completo. El sentido del humor, nuestra capacidad
de reir, nos ayuda a reducir la ansiedad, manejar el estrés y prevenir la
depresión. Cuando conservamos el buen humor a pesar del dolor mantenemos
también la capacidad de tomar distancia entre lo que somos y lo que nos sucede.
Esto nos permite hacer más ligera la carga y nos provee de un contexto menos
depresivo para encontrar una forma creativa y eficiente de manejar y
sobreponernos a la situación que nos aflige.
SABER PERDONAR:
Es la llave que abre las puertas de la paz y la libertad. Significa dejar ir,
recobrar la paz interior y volver a ser libres para amar. Sin el perdón no
podemos crecer ni fortalecernos con la adversidad. La autocompasión empaña
nuestra capacidad de dar a los demás y, asumiendo el papel de mártires, nos
sentamos a esperar que alguien mágicamente resuelva nuestra vida. Si nos
quedamos atrapados en el dolor para demostrar al mundo que hemos sido heridos,
estaremos malgastando la vida. Si nos sentamos a esperar a que nos pidan perdón
por habernos lastimado, sufriremos por mucho tiempo. No debemos posponer
nuestra felicidad a la espera de que alguien más tome conciencia. No carguemos
con eso. Perdonemos y sigamos adelante.
MADUREZ:
Es la capacidad de comprender que muchas personas pueden haber sufrido
infinitamente más que nosotros, y sin embargo, lograron sobrevivir. También es
indispensable saber reconocer que nada en esta vida es permanente y que por más
dolorosa que sea la situación por la que atravesamos, también pasará.
MADUREZ DEL ESPIRITU;
Es vivir con la posibilidad de dar sentido a lo que nos ha ocurrido, organizar
nuestra historia, editando las páginas de nuestra propia vida, comprender y
dar, son los más sencillos, necesarios y eficaces medios de defensa para
nuestro espíritu.
APOYO SOCIAL:
Todos necesitamos relaciones afectivas, así como la capacidad de compartir la
intimidad de nuestra alma, por eso siempre tendremos la capacidad de establecer
redes significativas y construir de nuevo un entorno de familia con quienes
nosotros elijamos, un entorno que nos brinde apoyo y afecto.
OPTIMISMO:
Para la resiliencia es indispensable dar un Sí a la vida, a pesar del dolor, de
las pequeñas y grandes desilusiones, de los desamores e ingratitudes, de las
pérdidas y limitaciones. Nuestro Sí a la vida, a pesar de todo, es lo que nos
permite ver más allá del dolor del cristal con que miramos, para superar el
dolor y apreciar la vida que aún nos espera.
LA ESPIRITUALIDAD está
considerada como una de las características de la resiliencia, y es el eje
rector de las demás características. En nuestro navegar por las tempestades, el
espíritu es lo que nos rescata de nuestras limitaciones, nos ayuda a
trascenderlas y nos permite ver el reflejo de Dios, en quien está nuestra mayor
seguridad y alianza.
Toda
espiritualidad, exige la práctica de valores y hábitos de vida, sin los cuales
la fortaleza de nuestro espíritu no puede manifestarse.
Estos
son principios rectores de conducta y virtudes, que constituyen los verdaderos
pilares de nuestra seguridad y alegría:
Oración:
Para establecer cualquier tipo de relación, y que esta sea significativa, la
comunicación resulta prioritaria. La oración es la forma a través de la cual
dialogamos con Dios, el medio por el cual la relación cobra vida y constituye
la conciencia del acompañamiento de nuestro eterno aliado.
Desprendimiento:
Nuestra resiliencia requiere que aprendamos a renunciar al apego a las cosas y
a nuestro afán por convertir a la gente en nuestra posesión. Sólo así surgirá
el espacio de libertad en el que todos podamos desarrollar nuestro potencial, nuestra
dignidad y nuestra fortaleza interior. Al aferrarnos a las cosas dejamos
realmente de ser libres.
Descubramos
el indescriptible deleite del espíritu que crece cuando logramos reducir
nuestro apetito por lo temporal y pasajero y anhela con intensidad la fuente
misma de toda satisfacción, que es Dios, el que nos habita, el único que puede
llenar el espacio más intimo de nuestro ser.
Ética: Se refiere a los
fines de nuestra conducta y a los medios que utilizamos para lograr esos fines.
La ética nos exige reconocer los valores como principios de acción en nuestra
experiencia cotidiana, nos da la capacidad de confrontación serena ante la
adversidad y nos brinda un profundo sentido de propósito. La fortaleza que los
valores aportan a nuestro carácter nos da la capacidad necesaria de enfrentar
los infortunios con entereza, por la seguridad interna que nos da saber que
hemos actuado correctamente.
Actuar
sin ética resquebraja nuestra seguridad interna y nos resta espiritualidad,
pues sería absurdo y difícil sentarse a meditar después de todo un día de
mentir, engañar y lastimar a los demás. Además, supone altos costos
emocionales: cuando agredimos, provocamos ira; cuando mentimos, ansiedad;
cuando somos ingratos, tristeza. Y eventualmente nos convertimos en lo que
hacemos.
Sabiduría:
la sabiduría nos da la capacidad de encontrar sentido y propósito en nuestras
vidas; de manejar nuestras relaciones y nuestra soledad; de reconocer nuestra
grandeza y nuestros límites; de vivir en la incertidumbre y el misterio; de
saber crecer en las oscuridades, el dolor y la muerte. La sabiduría, tan
relacionada con nuestra madurez, surge de una gran paradoja: si deseamos
alcanzarla, debemos empezar por reconocer que no la poseemos. Es por ello que
la humildad es la virtud prioritaria y el corazón mismo de los sabios. La
humildad vacía nuestros corazones de soberbia y prejuicios y abre nuestras
mentes a nuevas posibilidades.
Amor: En la medida en
que somos generosos para dar, la vida misma nos retribuirá con abundancia, y
sólo cuando estemos dispuestos a dejar morir nuestro malsano egoísmo podremos
disfrutar de una vida renovada y plena. El amor representa nuestra capacidad de
vivir en armonía con los demás y constituye el acicate de la auto-trascendencia
para salir de nosotros mismos y servir. Solo el espíritu del amor nos lleva a
la realización del servicio, que es la vocación común que todos compartimos.
Las conductas que demuestran nuestra capacidad de amar son: Amabilidad, ayuda,
compasión, gratitud y afecto. Detrás de cada una de estas conductas y actitudes
prevalece el espíritu de servicio, el medio que nos ayuda a transformar nuestro
corazón generoso y hacer del amor una realidad en nuestro diario vivir.
Esperanza:
es lo único que queda cuando nos parece que el mundo entero se derrumba. Nos
acompaña a navegar por las tormentas de lo adverso y del dolor. Es ante todo,
la fortaleza que siempre nos dispone a encontrar significado y plenitud, a
saber estar presentes en el aquí y el ahora, a librarnos del aburrimiento y la
apatía. La esperanza nunca nos ciega, más bien nos ilumina respecto a la vida y
nos permite comprenderla mejor. Si bien cuando el dolor y la adversidad llaman
a nuestra puerta, sentimos la imposibilidad de pensar esperanzadamente, sólo
cuando vislumbramos las posibilidades de la alegría y la felicidad, a pesar del
dolor, la auténtica esperanza florece en nuestro interior.
Fe: Cuando nos
preguntamos, ¿cómo puedo llegar a tener Fe? La respuesta está en nuestra
determinación de buscar y crear una relación cercana y genuina con ese Dios que
deseamos descubrir. Una relación que se hace íntima a través de la oración y de
encontrar en los demás, por el amor, a Dios mismo. Haz todo lo que puedas para
desarrollar tu fe en Dios. La fe es el cimiento de toda búsqueda espiritual, la
raíz de toda enseñanza y práctica, el canal para todo beneficio y bendición.
Nuestra
fe nos acompaña desde la convicción de que Dios nunca permite una adversidad en
nuestra vida ante la cual nosotros no tengamos capacidad para dar respuesta,
sobreponernos y crecer. No sucumbas ante la aparente soledad y el vacío, porque
sin importar dónde y cómo te encuentres, Dios siempre está cerca de ti.
La
capacidad de responder y no tan solo de reaccionar emocionalmente, así como el
compromiso de una espiritualidad que busque siempre sentido a la vida a pesar
de los abismos, es lo que caracteriza a quienes toman la decisión de saber
crecer y no quedarse estancados en el sufrimiento y, eventualmente en la
amargura.
Si
ante cualquier tribulación presente o ante la intrusión de nuestra nostalgia,
recordamos que en esta vida todo es pasajero y nosotros mismos tan sólo estamos
de paso, traeremos a nuestra memoria la sabiduría de los nómadas en la estepa
de Mongolia:
“No siempre se puede disfrutar de la serenidad y la paz. Pero la
adversidad y el dolor no tienen la última palabra.
A pesar de que el pasto haya sido quemado por el fuego de la estepa,
éste, con toda certeza, crecerá de nuevo y más fuerte que antes.”
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